Alexis Ortiz / Crónicas desde Miami / Especial para “elNuevo Herald” de Miami…
El 20 de agosto de 2004 llegué al santuario del exilio que es Miami. Escapé de una orden de captura de la narcodictadura castrochavista, acusado de abuso de poder como Alcalde de una ciudad venezolana.
Me persiguieron con una mentira descarada: que había ordenado la detención de un ciudadano que jamás estuvo preso. Pero como Chávez extinguió el derecho a la defensa en el país, tuve que huir a esta proscripción de casi dos décadas, siempre, como en el tango de Gardel y Le Pera, soñando el regreso:
“Volver / con la frente marchita/ las nieves del tiempo platearon mi sien. / Sentir / que es un soplo la vida / que veinte años no es nada…”.
Tal como establecieron los antiguos griegos, el destierro es el peor de los castigos, especialmente si es injusto. Y se resiente cuando uno pierde a sus queridos, sin tener la oportunidad de acompañarlos en los días postreros.
Durante mi exilio, en Venezuela se fueron mi madre la maestra brillante y mi padre, el campesino decente; y entre otros amigos Antonio Zambrano, Teodoro Petkoff, César Yegres, Jorge Lepage, Julio Achique, Marco Angeli, Juan Salerno, Emilio Nouel, Ronald Fernández…
Y en Florida Carlos Alberto Montaner, Maurice Ferré, Enrique Ros, Virgilio Beato, Horacio Aguirre, Pepito Sánchez Boudy, Luis Vega, Pedro Mena, Manuel Ortiz, Nidia Villegas, Luis Prieto, Gisela Parra, Angélica Arenas, César Segnini…
Los que intentamos ser servidores públicos leales, vivimos un exilio de carencias materiales y nostalgia. Yo, siempre he tenido el corazón “Mirando al Sur”.
En estos casi siete mil días de destierro, ni uno sólo de ellos he dejado de denunciar los excesos y la ruina producida por el trío Fidel Castro-Chávez-Maduro.
Y vivo el desagravio de la compañía de Teresa y mis hijas Gabriela y Delvis.
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