Por Alexis Ortiz
Crónicas desde Miami / Especial para “elNuevo Herald” de Miami…
Como católico practicante acepto sin agobio los dogmas de la Iglesia, verbigracia: la Virginidad de María y la Santísima Trinidad (Dios uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Pero lo que es plausible en religión no lo es en política. En ese territorio de dominio de la duda, el azar y el libre albedrío, los dogmas son prescindibles.
Por eso con María Corina Machado y todos los demócratas que en el mundo han sido, creemos que la fórmula idónea preferible para producir cambios degobierno (y representaciones en general), es la vía electoral.
Unos comicios transparentes y sin exclusiones abusivas, son el mejor camino. Las otras opciones: intervención extranjera, golpe de estado, crimen político o guerra civil, resultan indeseables.
Otra cosa es asumir las elecciones con desviación supersticiosa. Pretender que hay que participar en los procesos electorales siempre y no importa en qué condiciones. Satanizar el derecho de la gente a abstenerse de participar en procesos completamente adulterados y fraudulentos.
Incluso en un escenario de ventajismo del gobierno no hay que descartar la participación. Pero la mínima exigencia que hay que hacer, en el caso de Venezuela, es que la oposición democrática tenga su propio abanderado. Que la narcodictadura no le imponga un candidato.
En el remedo de elecciones venezolanas convocadas por la narcodictadura, hasta el momento de escribir este artículo hay un solo candidato opositor, el señor González Urrutia. Las legítimas candidatas, María Corina Machado elegida por el pueblo y Corina Yoris, avalada por Machado, fueron bloqueadas por el gobierno.
Tal cosa es intolerable. En esas condiciones no es un disparate abstenersey confiar en que el pueblo en la calle, harto de humillaciones, terminará por encontrar la manera de salir de la pesadilla castrochavista.
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